jueves, 7 de abril de 2016

EL DIOS REEMPLAZADO



Sergio García Díaz

La espiritualidad como una manera de vivir una experiencia religiosa es, hoy en día, una práctica cada vez más solicitada por quienes encuentran en ella una manera de integrarse como personas y, en este sentido, con un referente mucho más amplio que la vida individual. Detrás de esta afirmación hay un supuesto que damos por sentado cuando leemos palabras como “espiritualidad” y “experiencia religiosa”, y ese es la existencia de Dios. Los nombres con los que se le llama han permitido a los grupos humanos formar religiones y fortalecer, a veces a grados extremos, sentidos de pertenencia. Algunas veces son incluyentes, otras excluyentes. Cualquiera que sea la concepción del dios en el que se crea, los diferentes grupos religiosos y espirituales, han establecido ritos y maneras específicas de relacionarse y comunicarse con su divinidad, de hacer su voluntad y de vivir de acuerdo a la revelación recibida y a la interpretación hecha de ella.

Lo que quiero señalar con este primer planteamiento es el hecho del “creer”. Normalmente a la fe se la relaciona con este acto, propio de la voluntad y de la inteligencia. No cree quien no ve razones suficientes para hacerlo y que lo lleven a querer creer. Pero más que a religiones o a fundamentalismos, me refiero a la esencia misma de todo tipo de espiritualidad o experiencia religiosa. Cualquiera de estas dos sólo es posible allí donde de manera voluntaria y discernida, se ha puesto el corazón y la mente completos.

En el ámbito específico de las religiones y de las prácticas religiosas es evidente un desplazamiento de la espiritualidad a ámbitos fuera del alcance de las normatividades de las instituciones religiosas. La acción del espíritu divino, por decir en una sola expresión las maneras diferentes de entender la acción de la divinidad, escapa de cualquier rito humano establecido, es mucho más que meros pasos a seguir o palabras que repetir. No los excluye, pero no se limita a eso. Al final de cuentas, Dios actúa de tantas maneras y en tiempos que a veces nos sacan de nuestros esquemas espirituales, nos hacen sorprendernos de lo trascendente que es y nos lleva a disponer nuestra existencia a su acción, nos dejamos conformar a su manera.

En realidad, este segundo planteamiento me permite llegar al punto central de esta reflexión: ¿De qué manera Dios ha sido reemplazado? ¿De qué Dios hablamos hoy en día? Hay una pregunta que nos permite vislumbrar una parte de la respuesta: ¿En qué creemos? (¿En qué creo? ¿En qué crees?). Puede haber dos tipos de respuesta: creemos en algo o en alguien. Si se cree en algo, puede ser una realidad abstracta, ininteligible, no física, una realidad que sea propia de los seres humanos, como la energía, el conocimiento, la luz, la felicidad o la armonía, la paz, la justicia, etc.  Si se cree en alguien seguramente tiene un nombre específico y con un significado único, como Yahvé, Jehová, Mahoma, Buda, Jesús, puede ser un héroe de la historia, el fundador de una empresa exitosa, un activista social, el presidente de un partido político, incluso uno mismo. Ya sea que se crea en algo o en alguien, le atribuimos las características que conocemos de Dios: omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia.  El objeto de nuestro acto de creer está presente en todo, lo sabe y conoce todo, y tiene poder en todo.

¿Qué pasa cuando estas características se las atribuimos a cosas como el éxito, la felicidad, la salud, el dinero, el deporte, el sexo, las drogas, la corrupción, la ambición, el poder, o incluso a los principios de vida o creencias que hemos adoptado? Que en ello ponemos toda nuestra “fe”, nos volvemos acérrimos creyentes y practicantes de los ritos y maneras en que nos relacionamos con ello, además de que nos volvemos fieles ejemplos de que viviendo así o haciendo eso, es como se puede llegar a ese punto que todos queremos y que a ciencia cierta nadie sabe qué es exactamente. Porque, ¿cuándo se llega o se está en salud, o se tiene el poder suficiente, o la belleza ideal, o la paz querida por todos?

Hay tres cosas que quiero señalar aquí: la primera, que hemos hecho de los medios el fin, la segunda, que a ese fin le hemos atribuido las características de una divinidad y, tercera, que hemos aprendido o inventado maneras de estar siempre en contacto con eso en lo que creemos. Para darnos cuenta de hasta dónde hemos desviado nuestra concepción de Dios y de la espiritualidad, podemos preguntarnos: ¿Eso en lo que creo ocupa el lugar de Dios en mi vida? ¿En qué medida lo es o con qué características?

Esta realidad no es cuestión de juicios morales, de ver si está bien o está mal, ni tampoco de propiciar cambios a prácticas institucionalizadas. Simplemente pretendo señalar que los seres humanos tenemos una dimensión espiritual en constante movimiento y que de nosotros depende que esa parte nuestra realmente nos haga trascender nuestra vida, sin dejarnos jugar trampas engañosas, que vienen con la publicidad y que nos confunden con lo que hoy en día podemos llamar felicidad y bienestar.

Y tú, ¿En qué crees? ¿En qué tipo de Dios crees?

Artículo escrito para la Revista Mundo en Español.

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