lunes, 28 de julio de 2014

LOS LÍMITES DE LOS LÍMITES

Vivimos en una sociedad en que los constructos sociales e institucionales nos han marcado las formas aceptables de relacionarnos, de trabajar juntos e incluso la forma de satisfacer nuestras necesidades. Tenemos bien claro qué cosas podemos hacer y cuáles no. Esa es una de las funciones de la normatividad en los grupos sociales. De pequeños nuestros padres nos decían qué cosas estaban bien y cuáles estaban mal, aprobaban o reprobaban nuestra conducta. Hemos aprendido, en todos los ámbitos de nuestra vida, a vivir con límites, enmarcados en un campo de posibilidades de actuar determinado. Un buen aprendizaje necesario para convivir.

El proceso de madurez, es decir, de la toma de conciencia de nuestra realidad, significaría, en este sentido de los límites aprendidos, pasar de los límites externos a los límites internos, o sea, los que cada uno de nosotros ha asumido por convencimiento y con un alto grado de funcionalidad para la propia estructura individual. En realidad, una norma establecida como requisito para pertenecer a un determinado grupo social (familia, escuela, empresa, pareja), y asumida sólo como obligación para ser parte de ese grupo, a la larga se vuelve un peso del cual el individuo buscará maneras de evadirlo, anularlo o simplemente ignorarlo. Es entonces cuando nos preocupamos porque la “normatividad” no está contemplando todas las situaciones o porque consideramos que debemos ponerla al día para seguir encuadrando la convivencia en rangos aceptables. En realidad, esta medida sólo atiende una parte del problema. La otra parte, más importante aún, es la convicción de los individuos, es decir, el convencimiento de que esas reglas responden a la dinámica de su vida. Este convencimiento pasa por la toma de conciencia (claridad) del fin que persiguen “las reglas del juego”. Quedarse en el mero cumplimiento a pie juntillas de las leyes, nos pone en riesgo de ser inflexibles e injustos. Fijarse en la finalidad de ellas, nos capacita en la interpretación de la ley. Ésta marca límites precisos, es clave en el caso de discernir qué se acepta y qué no. Pero el límite de la ley no lo da su cabal cumplimiento, sino el respeto y salvaguarda de la dignidad de la persona, que es la que hizo la ley, y no al revés.

Este límite que baso en la dignidad personal es al que quería llegar, y lo precisaré en el caso de las relaciones de pareja. Si la fidelidad es un “principio” (acuerdo, requisito, normatividad) en la relación, la conducta y los sentimientos se vivirán en ese ámbito de experiencia y compromiso. Si uno de los dos no ha vivido en fidelidad, es claro que no respetó los acuerdos de la pareja, en otras palabras, sobrepasó los límites. Y esto da origen a infinidad de problemas. El más natural y más común es el reclamo, pedir explicaciones, quejarse amargamente de lo sucedido.  El deseo de restablecer la convivencia en la pareja, a veces lleva a aceptar que la infidelidad pase una y otra vez. En tal caso, es evidente que también se han sobrepasado los límites. Por ello, creo que lo más esencial de cualquier límite es profundamente personal. Yo puedo tener bien claros esos límites (reglas) en mis relaciones de pareja, independientemente de si están escritos o promulgados. El real peligro es cuando uno mismo no tiene claros los límites personales. Aquí sí que la dignidad personal puede lucir por los suelos. Porque en el ejemplo que expongo no se trata, en primer lugar, de volver a poner los límites, sino de establecer o reafirmar los propios. Algunas preguntas pueden ser de utilidad cuando se trata de aclararnos: ¿qué quiero para mí? ¿qué cosas son importantes para mí? ¿qué puedo cambiar o implementar para lograrlas?, y otras “de tipo personal”. No sirven de mucho las que tienen que ver con las otras personas porque o bien las respondemos notros mismos o bien las respuestas escuchadas pocas veces nos convencen. Recuerda que los límites de cualquier tipo de relación es tu dignidad personal. Sólo evita un peligro: no te extralimites. Si crees que el cuidado de tu dignidad te hace superior o mejor que cualquier otra persona, estás entendiendo mal la fuente de tu autocuidado. No te aísles, no te reprimas, no te condenes, no te excluyas, no te escondas, no te eleves, no te sientas intocable o que nadie te merece. Recuerda, los límites de los límites es tu dignidad. Pero precisamente ella te hace un ser humano, y esa condición la compartes con miles de millones de seres semejantes a ti. Se trata de ser pleno siendo tú mismo. Inténtalo y verás que poco a poco los límites que te pongas a ti mismo no te harán olvidar que tienes todo el derecho de sonreír de oreja a oreja.
 
Sergio García Díaz
28/julio/2014
 
Artículo escrito para la Revista Mundo en Español.

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viernes, 25 de julio de 2014

¿TE DAS CUENTA?... ¡NO TE PREOCUPES!

¿Te das cuenta...
Que vives simplemente reaccionado a lo que los demás hacen o dejan de hacer, dicen o dejan de decir?
Que estás más preocupado en "hacer" por y para los demás, que en hacer por y para ti mismo/a?
Que mientes más de lo normal sólo para sobrevivir?
Que no puedes negar lo que sientes, a menos que quieras morir amargado/a?
Que tu valía como persona no depende de lo que tienes, ni de lo que haces?
Que a veces no te das cuenta de lo esencial de la vida?


No te preocupes...
Por si mañana vas a vivir con alguien, ocúpate en cómo te vives hoy a ti mismo/a.
Por si vas a sufrir o tienes que hacerlo o te vas a resignar a mal vivir por alguien, ocúpate en habituarte hoy a no sufrir.
Por si tendrás dinero para tus gastos el día de mañana, ocúpate en trabajar digna y honradamente y en pensar siempre que eres capaz de hacerlo.
Por si los demás te aman como te gustaría, ocúpate en amarte a ti, como quieres amar a los demás. En el amor no se puede mentir.
No te preocupes, mejor ocúpate.


Sergio García Díaz
25/Julio/2014

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martes, 22 de julio de 2014

PAZ PARA EL MUNDO


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sábado, 19 de julio de 2014

DICHOS DE UNA NOCHE








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