lunes, 9 de agosto de 2010

REFLEXIÓN


¡¡¡No hay reflexión válida sobre el ser humano más que la que se hace considerando los reales problemas que ponen en entredicho su propia vida!!!

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viernes, 6 de agosto de 2010

TODOS SOMOS RESPONSABLES


Reflexión sobre el Evangelio según san Lucas 12, 32-48.
Domingo XIX Ordinario
08 de agosto de 2010.

Sergio García Díaz


La esperanza es uno de los pilares sobre los que la vida cristiana se fundamenta. Y es que la esperanza refiere a aquél que precisamente la hace posible: Dios. La expresión comúnmente conocida: “la esperanza es lo último que muere”, toca de fondo la tendencia propia del hombre de verse en una constante búsqueda de Dios. Por ello, la propia vida del hombre es la realización siempre actual de la contemplación de Dios. Cada una de las situaciones humanas, ordinarias o no, nos hablan ya de la presencia de Dios en nuestra vida. Son una forma de contemplar su acción mientras su venida definitiva tiene lugar. Mientras tanto conservar la esperanza se vuelve no sólo cosa de buena actitud cristiana, sino también de mera responsabilidad humana. Porque si la esperanza cristiana lleva a confiar en Dios y a esperar el día glorioso de la manifestación de su Reino, la esperanza meramente humana exige confiar en el hombre mismo, a pesar de que lo que menos espera sea verse miembro activo de esa realidad divina. Tal vez porque precisamente los hombres y mujeres de hoy necesitan ver y sentir ese Reino como algo humano, y ello sólo será posible si la confianza en Dios se vuelve búsqueda del hombre mismo, porque hoy más que nunca el encuentro de los y entre los hombres y mujeres puede permitir alimentar la esperanza de un encuentro definitivo con Dios.
Pero, ¿cómo mantener viva la esperanza en el hombre mismo cuando la confianza que la hace posible es una de las condiciones de las relaciones humanas que más ausente está en el vivir cotidiano de cualquiera de nosotros? Ciertamente no es fácil. Menos aun cuando lo que menos aprendemos hoy es a esperar; simplemente esperar nos puede sacar quicio, hacer agresivos, groseros, en pocas palabras impacientes.
Habría que replantearnos en todo momento la fragilidad de nuestra vida, ver cuán débiles somos y cuán necesitados estamos de los demás. No es atentar contra la propia autoestima ni menos contra la dignidad personal, es tan sólo abrir el corazón y la mente a la vida de quienes nos rodean, porque es justamente en ellos que se hace posible la revelación de Dios y la dinamicidad siempre viva de la esperanza. Y de esto, todos somos responsables.

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