lunes, 23 de octubre de 2017

LA CULTURA DEL MIEDO



Sergio García Díaz

Si me preguntaran qué de lo que hay en mi vida lo he elegido conscientemente, quizá me sorprendería al darme cuenta que mucho de lo que considero como parte de mi forma de ser, de pensar, de sentir, de vivir la vida, en realidad lo recibí de los demás en algún momento, quiero decir, lo aprendí así, lo adapté y ahora soy quien soy. Esto es lo mejor que humanamente hacemos. Y así es como vamos por la vida buscando ser felices, realizando nuestras metas, aprendiendo de los errores, viviendo las pérdidas, disfrutando las alegrías de la vida, conociendo a otras personas, relacionándonos con los problemas de la existencia y hasta con el mismo Dios.

Considero, sin embargo, como ya lo han dicho los grandes pensadores del desarrollo humano, que algo muy necesario que nos conviene aprender es, precisamente, a des-aprender. Sobre todo aquellas cosas que nos limitan y nos hacen, una y otra vez, menos felices, menos plenos, que nos quitan la paz o la serenidad para vernos capaces de mucho más de lo que consideramos.

De entre todo lo que podríamos des-aprender, el miedo es lo primero, pues lo aprendimos desde pequeños como una manera sana de convivencia y de autoprotección. Efectivamente, el miedo tiene una función muy clara, ponernos en alerta frente a posibles peligros. El problema es que perdimos de vista la “posibilidad” de los peligros y en su lugar sólo percibimos su necesidad, no hacemos más que ver cualquier peligro como inminente, como algo que debe ocurrir por el hecho de percibirlo. Aquí es donde surgen dos actitudes muy comunes: por un lado, al vernos enfrentados frecuentemente a peligros, resulta fácil volverse víctima de ellos, entonces la autocompasión surge como una manera de sentirse vivo y de pedir ayuda, aunque sea de una manera poco sana; por otro lado, nos autolimitamos al conceder al miedo que sentimos una fuerza mucho mayor que a nuestra capacidad de superar cualquier peligro.

Esta manera de vivir el miedo nos es presentada por todas partes, de todas las maneras posibles. La violencia actual que vive el mundo, guerras, epidemias, inestabilidad económica, hambre, muerte. La corrupción, la drogadicción, la pérdida de empleos, la enfermedad, incluso la vejez, la depresión, el suicidio. La escasez de alimentos, el alza de los precios. La soledad, los divorcios, el maltrato infantil, los feminicidios… podría seguir la lista. Lo que quiero señalar es que estamos tan acostumbrados a estas situaciones, que por consecuencia lo estamos a los que ello nos provoca: el miedo.

Tenemos miedo de enfermarnos, de perder el empleo, de estar solos, de que no nos quieran, de que nos roben, nos secuestren. Tenemos miedo de que nos critiquen, de que piensen que no somos capaces de hacer bien algo, de sufrir un accidente en la carretera, de que no nos alcance el dinero, de quedarnos sin comer. Tenemos miedo de cometer errores, de equivocarnos, de fallarle a alguien, de que Dios nos castigue o en su defecto, nos deje ignorados. Tenemos miedo de perder de vista nuestros objetivos, de flojear, de no ser los padres ejemplares, los hijos amados, los hermanos bien portados. Tenemos miedo de no vivir lo suficiente, de sufrir en la vejez, de perder a un ser querido. Tenemos miedo, a veces, hasta de nosotros mismos.

¿Qué cosas hacemos por miedo? Muchas, muchas que en vez de ayudarnos, nos van acabando poco a poco. Lo que surge del miedo o lo perpetúa o lo transforma en fortaleza. En este contexto, se vuelve necesario comprar seguro de gastos médicos, trabajar hasta el extremo, sacrificar gustos para no ponernos en peligro, alejar a los demás para que no se vuelvan amenazas, desconfiar de todos, portarme siempre bien para que Dios no me castigue o de plano negarlo, exigir a los demás que cumplan nuestras expectativas, en definitiva, quedarnos en nuestra zona de seguridad.

El miedo nos enferma de indiferencia, de autocomplacencia, de aislamiento, de soledad innecesaria y de desconfianza. Esto es lo que hay que des-aprender. Vivimos en una cultura del miedo a la propia vida, como si alguien fuera a salir vivo de ésta.

Yo creo que todas las maneras de vivir son válidas siempre que aporten un poco de felicidad a la vida de los demás. Sólo no vivas con miedo.

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