sábado, 19 de enero de 2013

LIBRES PARA SER FELICES




Sergio García

Una de las grandes conquistas de toda persona es su propia libertad. Todos nos decimos, en algún momento de nuestra vida, que somos libres. Es más, nos sentimos así y así también nos vivimos, como seres totalmente libres. Y, sin embargo, en este preciso momento, con tan sólo leer esto, podemos ya sentir de qué cosas, situaciones o personas no lo somos. Por otro lado, decimos que somos libres porque hacemos lo que queremos. El meollo de esto sería saber lo que hacemos. Porque todo ejercicio de libertad que decimos tener tiene sus consecuencias. Nada de lo que decidimos hacer o decidimos no hacer, pasa sin más. Para la vida personal tanto lo que se hace como lo que no se hace, es importante.

Pero lo que hacemos o dejamos de hacer pasa por un proceso previo que, si bien lo realizamos en cada momento y es tan cotidiano, no por eso es menos importante: el proceso de la decisión. Para que la libertad personal se desenvuelva completa e íntegramente en la vida de cada uno, tenemos que saber tomar decisiones. Porque sabernos libres, vivirnos libres y decirnos libres, tiene otro aspecto que es como el parámetro para constatar que efectivamente los somos: sentirnos libres.
Si lo que estamos haciendo o dejando de hacer no nos hace sentir bien, en paz, en coherencia con lo que pensamos de nosotros mismos y queremos, habría que revisar nuestro estilo de vida.

Yo quiero ser feliz. Tengo muchas opciones que se presentan a mí como portadoras de felicidad, hasta me atrevo a decir, como portadoras de grados de felicidad, lo cual incluye grados de satisfacción. Contemplo esas opciones. Porque mi voluntad me lleva con una fuerza increíble a querer alcanzar esa felicidad. Es entonces cuando analizo esas opciones. Mi proceso de razonamiento entra aquí en juego, viendo pros, contras, viabilidad, retos, plenitud, desarrollo, en fin, un sinnúmero de aspectos que al final de este proceso lo que obtengo es la decisión. Logro decidir después de haber visto las opciones que tengo, haberlas analizado y centrado toda la fuerza de mi persona en esa opción, que concretiza el trabajo y la relación tanto de la voluntad como de la inteligencia y que representa para mí la felicidad que quiero. Por eso, la primera consecuencia de toda decisión, es la renuncia a las demás opciones. Una renuncia que, de la misma manera, es total y absolutamente libre. Si la plenitud está presente, la renuncia no tiene mayor peso que la decisión tomada. Si resulta que aquello a lo que renuncié me significa más que la opción que elegí, habría que revisar la honestidad de mi proceso de decisión. En ocasiones resulta muy fácil autoengañarse, o bien creyendo que la decisión que tomé fue la mejor, o bien creyendo que aquello a lo que renuncié es efectivamente lo que, al menos en este momento, no quiero, no me conviene, no me ayuda, no me satisface, no me hace pleno. Cuando decidiéndome por algo, busco de cualquier modo tener las otras opciones a las que en un primer momento renuncié, la propia dinámica de la vida tensará mis fuerzas y mis energías que terminará este proceder en un replanteamiento de lo que realmente quiero para mí. No es que no pueda cambiar de decisión, claro que sí, lo que no puedo es entregarme por completo a la consecución de dos o más cosas que en este preciso momento significan para mí la felicidad, en el mismo sentido y en el mismo grado.
A veces decidimos por impulso, por instinto, de forma tan rápida que nos dejamos llevar por las emociones del momento, sin pensar con detenimiento, en las consecuencias. De ahí el sabio consejo de no decidir nada si no estamos serenos, tranquilos, en paz, como se dice, con la mente fría.

Cuando he sido auténtico y honesto conmigo mismo en la decisión al punto de saber con conciencia lo que quiero para mí, inicia el ejercicio de la libertad. Porque la libertad no es hacer lo que yo quiera sin más, como cuando por decir que soy libre decido algo pero sumamente enojado, lleno de temor o abatido por la tristeza. La libertad es elegir la manera en la que voy a lograr aquello que ya decidí, aquello que es para mí un bien y que me significa la felicidad que quiero. Entonces podré elegir la manera en la que quiero ser feliz con una persona, porque establecer una relación con ella me significó la felicidad que quiero. Podré entonces elegir la manera de cómo hacer que funcione un negocio, porque fue por el que me decidí. Decisión y libertad, por tanto, van siempre de la mano. Si no me decido por algo, por alguien (por poner cosas, situaciones y personas), no puedo ejercer mi libertad. Así que siempre que digo que soy libre, es porque también soy capaz de decidir, y porque de hecho ya decidí, porque soy capaz de asumir las consecuencias de mis actos y de responsabilizarme de ellos. Así como la decisión precede al ejercicio de la libertad, la sigue la responsabilidad de aquello que hacemos o dejamos de hacer.
Por eso, una persona libre es una persona que se conquista a sí misma. Y una persona que se conquista a sí misma, es una persona íntegra y profundamente feliz.


P.D.

1.- No se es “libre de”, sino “libre para”. No soy libre de hacer lo que quiera, porque una vez que me decido por algo entrego mi ser a ello. Soy libre para elegir las maneras de cómo alcanzar aquello por lo que me decidí.

2.- La libertad en abstracto no existe más que como definición. La libertad, para ser tal ha de concretizarse en actos. Decidí amar, amo en actos muy concretos. Si decidí amar y no amo, no ha sucedido nada en mí.

3.- Si quiero ser feliz y ya me decidí por algo o por alguien, soy libre de elegir cómo conseguir eso. Puedo tomar otras decisiones que complementen la felicidad que busco, pero nunca se podrá compaginar dos decisiones que signifiquen lo mismo, en el mismo momento y en el mismo grado, so pena de poner en riesgo la autenticidad, la integridad, la honestidad e incluso la justicia.

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