jueves, 13 de noviembre de 2014

ASÍ LO QUIERO YO



ASÍ LO QUIERO YO

Sergio García Díaz

Hay cosas por las cuales no vale la pena preocuparse; pero hay otras por las que vale la alegría dedicarse. El amor es una de las cosas que nos preocupa todo el tiempo y, sin embargo, el tiempo pasa y pasa y poco hacemos por realmente ocuparnos en que su espera o su disfrute valgan la alegría y no la pena.

Considero que hay dos cosas, para decirlo de manera resumida, que matan cualquier expectativa o experiencia del amor: la formalidad y la estabilidad. Contrariamente a lo que creemos y proclamamos como vendedores de hierbas medicinales, esos que en sus raquíticos puestitos tienen todo tipo de menjurje, con su bocina de ese chillido agudo que agujera los oídos de los transeúntes, considero que estas dos “características” que atribuimos a una relación “verdadera”, en realidad son como bombas de tiempo y criterios más que sinsentido.

Pasamos años buscando al amor verdadero, encarnado en esa persona que cumpla cada una de nuestras expectativas y uno que otro berrinche y cuando creemos que apareció finalmente, como oasis en el desierto, tómala que lo único que queremos hacer es saciar nuestra sed, calmar nuestra necesidad de amor, de caricias y de sentirnos importantes para alguien en particular, nos abalanzamos como ganado que está dispuesto a defender el único lago de la planicie. Y ese amor que suponemos eterno, se acaba mucho más rápido de lo que pensamos. ¿La razón? Inmediatamente queremos registrarlo con nuestro apellido, registrarlo con derecho de propiedad para no perderlo… pedimos y, a veces, exigimos que sea algo formal y estable. El problema es el sentido y las connotaciones que hemos dado a estas dos palabristas. Sentimos que si un amor, que nos apasiona y nos mueve, no es formal corre el riesgo de no ser estable.

En primer lugar, habría que darles otro sentido y otra vivencia a estas dos palabras. Que algo sea formal significa que tenga una forma determinada, gracias a una estructura, contrato, reconocimiento, institución, etc. Pero el amor es lo menos formal en el sentido rígido e inmutable del término. En ese sentido, lo formal de una relación es eso, el tipo de relación que se tiene, no el amor en sí mismo, no lo que la mantiene viva y ardiente como desde el inicio, que es el amor, ese sentimiento y experiencia que hizo que te fijaras en alguien y le apostaras todas tus fichas a esa aventura que bien vale la alegría dedicarse. En última instancia, si queremos que la relación sea formal, que lo sea pero por la forma que le demos los dos, no sólo uno, es decir, que sea del tipo que a ambos nos convenga, nos interese, nos anime, nos guste y la disfrutemos.

Nada en este mundo permanece para siempre, todo cambia, se transforma e incluso desaparece. Así es la vida y así es el amor. Cuando exigimos, porque así lo pensamos, que el amor en una relación debe ser estable, le estamos quitando los pies y luego queremos echarlo a correr. A veces, le quitamos el corazón y queremos que nos mantenga vivos, como por milagro. Lo que quiero decir es que si amamos a alguien, o queremos amar a alguien, seamos conscientes que ese amor muy seguramente va a cambiar, a evolucionar, a adaptarse, a renovarse, a perpetuarse en la trascendencia al incluir al otro, porque se abrió a un “tú” que entró en la vida personal, porque estar centrado en el “yo” ha sido un camino de crecimiento que, dado un punto, es muy bueno y conveniente compartir. Que la estabilidad no se traduzca en monotonía, en costumbres pesadas, en rutinas insípidas o en el sentimiento de posesión.

Yo quiero un amor que valga la alegría y no la pena, un amor que sea excelente en sí mismo y no perfecto. Yo quiero un amor que me apasione, que me rete, que saque lo mejor de mí y no que me limite o mantenga donde estoy y no que saque mi peor versión. Quiero un amor que construya proyectos comunes, que comparta lo que es y lo que tiene, un amor generoso que sepa dar y darse, y no sólo espere recibir y base en eso lo mucho que pueda amarlo. Quiero un amor que me haga reír, que me pique la panza, que me haga cosquillas, un amor que sienta mi dolor y mi tristeza, un amor que goce si gozo, un amor que esté presente en los momentos más importantes y significativos de ambos, un amor que me desvele de pasión y no de preocupación. Quiero un amor que se atreva a soñar y no le tenga miedo a aventurarse a mirar más allá del horizonte. Un amor que me enseñe cómo disfruta la vida, que seguramente también podré disfrutarla a su manera, un amor que aprenda conmigo y aprenda de mí. Quiero un amor que pueda imaginarse cómo viviríamos de viejitos, que me diga qué países quiere conocer y qué quiere lograr y nos incluyamos mutuamente en los modos de conseguirlo. Un amor que esté convencido de que quiere amarme y estar conmigo, que no tenga miedo o dude de si somos el uno para el otro. Quiero un amor completo, no un amor en partes o que sólo busque completarse con mi vida. Un amor con el que pueda dialogar, que aprendamos a discutir, a tomar acuerdos, que sea capaz de mantener su palabra, que en la verdad encuentre la llave para construir la confianza. Un amor que pueda estar sin mí y que quiera compartirse conmigo. Quiero un amor fiel, honesto y apasionado. Sí, así lo quiero yo.


13 de noviembre, 2014.

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio